jueves, 15 de septiembre de 2011

Manifestaciones

Cuando te fuiste, a aquel lugar donde se encuentra la eternidad de las almas, definitivamente dejaste un vacio inconsolable en mi interior. La vida continuaba, inexorable, y por no querer perderme en el paso del tiempo, congelada en esos últimos días en los que todavía estabas acá, de un modo visible al menos, proseguí en mí andar, como si nada. Lo cierto es que en esos inevitables intervalos de silencio, muchas veces me encontraba buscándote- vanamente, lo sé- en aquellos lugares dónde solías estar.
Recorría la casa, los pasillos, la cocina, tu habitación, deteniéndome en el umbral de cada sitio, reviviendo intensamente escenas de momentos pasados. Reproducía en mi mente cada facción de tu cara, cada movimiento o gesticulación que tanto te caracterizaban, tu sonrisa natural, tu mirada traviesa, y el sonido inconfundible de tu voz. Recordaba todo ello, y me sonreía sola.
Un día, simplemente deje de hacerlo. Ya no necesitaba anclarme en aquellos lugares donde habías estado tiempo atrás, porque descubrí que tu presencia no estaba sujeta a esos espacios tangibles, sino que se trasladaba a momentos y situaciones más significativos. Era inútil buscarte cuando vos ya me habías encontrado. Fue allí cuando comencé a sentirte más cerca de mí, donde fuera que estuviese, en el tiempo que fuese.

Te veía en los rayos de luz que cada mañana entraban por la ventana y me despertaban, en las puestas de sol que me regalaban cielos de una belleza inexplicable, en el rezagado vaivén de las olas en el río, en el susurro del viento que agitaba las hojas de los árboles al pasar, en el silencio de la noche que me consolaba y daba paz.

Pero incluso allí, también me equivocaba. Hoy puedo decir, con todo el orgullo y alegría que caben en mi espíritu, que nunca debí buscarte. Y no porque vos me hallas encontrado primero, sino porque en realidad, nunca me dejaste.
Mamá, vos no estás más viva en ningún otro lugar, más que dentro de mi. No como un simple reflejo artificial. Estás en el latir de mi corazón, en mi manera de sentir, de pensar, de vivir. Soy quien soy, por tu memoria. Soy extremadamente consciente de que a donde sea que vaya, sea lo que sea que haga, con quien sea que me encuentre, siempre manifiesto gran parte de vos. Soy la manifestación viva de tu ser, de aquello que fuiste y me dejaste, no como una mera influencia en mi educación, sino como una marca más profunda, que dejó un sello indeleble en mi esencia.

A cinco años de aquel 15 de septiembre,
logro entender mucho mejor algunas cuestiones existenciales.
No me queda más por decirte
- aunque estoy segura de que lo sabes-
que Estoy plenamente Feliz.
Gracias, infinitamente gracias.


Con todo mi corazón.
Tu hija.
Eli,
2006 . 15/09 . 2011